Este artículo fue publicado por el profesor José Mercado en colaboración con la Dra. Sophia Reyes para el periódico Impacto (Guaynabo) de diciembre de 2010
Aunque la población taína apenas se recuerda, los cromosomas indígenas han sobrevivido en un 60% de la población actual. Los primeros indicios sobre la formación de la puertorriqueñidad, partiendo de la mezcla racial que se propició en la isla, nos llegan desde los tiempos de Juan de Amézquita, alcaide del Castillo del Morro, nacido y criado en la isla, y que se convierte en héroe de la defensa de su patria frente al invasor inglés. En el 1647, el canónigo puertorriqueño, Diego de Torres Vargas lo incluyo en una lista de criollos distinguidos y por primera vez se utiliza la palabra patria: concepto que nos identifica con el terruño.
Sin embargo, la gesta de Amézquita se menosprecio, tratando al mismo como de origen vizcaíno y no puertorriqueño; además, el rey de España, temeroso del impacto del heroísmo boricua, traslada a Amezquita a Santiago de Cuba, provocando que este renunciara a su puesto, regresara a la isla, pero muriera en el anonimato. Finalmente, un siglo después, para los 1800, Cayetano Coll y Toste corrige el dato de que Amézquita era nacido y criado en la isla; es decir, se reconoce que la gesta de la defensa de la isla fue un auténtico puertorriqueño.
Ya para el 1701 surge un levantamiento del Partido de San Germán contra el Partido de San Juan, en los pueblos de Coamo y Ponce. El alférez puertorriqueño, Sebastián González de Mirabal, fue perseguido como promotor de la revuelta y el pueblo impidió la entrada de la tropa española para su captura. Este hecho provocó dos comportamientos muy a tono con el desarrollo del concepto de la puertorriqueñidad. Por un lado, surge un documento de un sublevado que habla refiriéndose a la revuelta como un evento de amor por la patria. Por otro, diez años después, la hija del supuesto instigador de la revuelta, Jacinta María de la Acepción Mirabal, exiliada en Santo Domingo, República Dominicana, escribe a la audiencia de Santo Domingo refiriéndose a la isla de Puerto Rico como patria.
Más adelante, para el 1702, surge otra instancia del desarrollo de nuestra puertorriqueñita relacionada con el ataque inglés en Arecibo. En esta ocasión, el Capitán Correa, de la Milicia Boricua, defiende valerosamente a Arecibo, evento de carácter fundacional, en materia de nuestra conciencia de puertorriqueñidad.
A estas alturas de la historia, se considera el hecho de la existencia de dos tipos de puertorriqueños:
> Los puertorriqueños muy unidos a la oficialidad del país y que mayormente se encontraban en la ciudad de San Juan (Partido de San Juan).
> Los puertorriqueños del campo de la isla, pertenecientes a Partido de San Germán, que se desarrollaban de forma espontánea y que se dedicaban más al contrabando. Este bando comienza a retar las leyes que promulgaba España. Entre estas, el exclusivismo comercial y la limitación de comercio internacional que se extendió por unos 17 años. En este sentido, el contrabando constituye una afirmación de expresión nacional frente a la metrópoli: se convierte en una forma de resistencia económica y cultural.
Hasta dicho periodo histórico, se evidencia que el desarrollo de nuestra puertorriqueñidad ha estado fundamentado en el amor a la patria. Según se avanza el tiempo, también se considera que ya para el 1776 se nos denominaba como puertorriqueños. Asimismo, es importante señalar que comienza un periodo en el cual algunos historiadores tales como
Fray Iñigo Abbad y Lasierra y Ángel López Cantos van identificando unas características de personalidad que definen al puertorriqueño de esa época: amor por la patria, hospitalidad, solidaridad, audacia, soberbia, estoicismo, sobriedad al comer, alegría en el beber y de mujeres trabajadoras.
Otros aspectos que se deben considerar en el proceso de la formación de la puertorriqueñidad son, por un lado, la participación de la población mulata y negra
en las diversas revueltas contra los españoles, y por otro, la figura del mulato-corsario,
Miguel Henríquez. Este adquiere importancia por el poder económico que represento
para la Iglesia y para la administración de la política pública de la época.
De otra parte, para el 1797 se da el ataque inglés a Puerto Rico y los milicianos criollos desempeñan un gran papel en la defensa de la patria. Este evento, una vez más, provoca el levantamiento del orgullo por la patria y el sentido de puertorriqueñidad. Aquí se destaca la figura de otro puertorriqueño: José Díaz. Sus hazañas fueron alabadas por el pueblo de Puerto Rico a través de unos versos de plena: “… en el puente de Martín Peña mataron a Pepe Díaz, que era el hombre más valiente que el rey de España tenía”.
Finalmente, y a nivel oficial, el diputado de las Cortes de Cádiz, el puertorriqueño Ramón Power y Giralt se refiere a los puertorriqueños como compatriotas, término utilizado también por el obispo puertorriqueño Arizmendi, a propósito de la entrega de un anillo de éste a Power.
La suma de todos estos eventos nos muestra que tan temprano como para el siglo 17
ya se gestaba el inicio de un sentimiento y de una personalidad con sentido de puertorriqueñidad.